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Por Dra. Viera Scheibner

Soy investigadora científica titular y, desde 1986, soy experta en vacunas y Síndrome de Muerte Súbita Infantil (SIDS por sus siglas en inglés) en Australia. Partí analizando los respirogramas de los bebés realizados por el Monitor Respiratorio Computarizado Cotwatch, creado por mi esposo ya fallecido, Leif Karlsson, ingeniero en electrónica. Mientras registraba la respiración de un grupo de bebés, muchos de ellos fueron vacunados y pudimos ver, en el transcurso de una hora, el efecto de la vacunación sobre el nivel de estrés de la respiración en el registro impreso por la computadora. Esto me motivó a iniciar una pormenorizada investigación de temas relacionados con las vacunas, según lo publicado en revistas médicas como The Lancet, British Medical Journal, New England Journal of Medicine, etc. generando documentación sobre la conexión causal entre una gran variedad de vacunas y reacciones graves, entre las que se incluyen lesiones cerebrales permanentes y muerte. Ciertamente las vacunas son la causa más importante de muerte súbita infantil.

Las vacunas no previenen enfermedades

Contrariamente a lo que se afirma, las vacunas no previenen enfermedades. La supuesta y publicitada “erradicación” de enfermedades como la viruela, polio o meningitis por Hib (Haemophilus influenzae tipo b) es un mito que ni el estudio más firme en favor de la vacunación puede sostener. La viruela estaba desapareciendo, las epidemias habían desaparecido décadas antes de que la OMS decidiera poner en marcha la campaña de “erradicación” final (Vea aquí gráficos estadísticos). También está documentado que las epidemias más grandes se han dado en poblaciones altamente vacunadas, no siendo así en comunidades no vacunadas. La viruela sigue apareciendo en países que sufren situaciones extremas (guerras) o dificultades económicas como en África, India y Asia (Nepal). El mismo factor que terminó con la peste bubónica, contra la cual no se ha realizado ninguna vacunación masiva, acabó con la viruela. Sobre todo una alimentación mucho más adecuada, principalmente con mayores niveles de vitamina C.

La redefinición de polio

La polio no se erradicó con la vacunación, sino que se oculta detrás de una redefinición y nuevos diagnósticos como meningitis viral o aséptica. Cuando se probó la primera vacuna inyectable contra la polio en aproximadamente 1,8 millones de niños de Estados Unidos, en 1954, en el transcurso de 9 días se produjo una enorme epidemia de polio paralítica en los niños vacunados y algunos de sus padres, además de otras personas que habían estado en contacto con los niños. El Inspector General de Sanidad de EE.UU. interrumpió la prueba durante dos semanas. Entonces, los vacunadores acordaron una nueva definición de poliomielitis. La vieja clásica definición: “enfermedad con parálisis residual que se resuelve dentro de 60 días” había sido modificada por “enfermedad con parálisis residual que persiste por más de 60 días”.

Una deshonesta jugada administrativa excluyó a más del 90% de los casos de la definición de polio. Desde entonces, cuando una persona vacunada contra la polio contrae la enfermedad, no se le diagnostica polio, sino meningitis viral o aséptica.

Según un Informe de Morbilidad y Mortalidad de 1997, existen hasta 50 mil casos de meningitis viral por año solamente en EE.UU. Con esto, la polio “desapareció” estadísticamente después de la introducción de la vacunación masiva. Es necesario saber que la polio es una enfermedad creada por el hombre, que las publicitadas epidemias han sido mal justificadas, puesto que estaban causalmente ligadas a una difteria intensificada y a vacunas administradas en el momento.

La revista oficial de la Asociación Médica Americana, en 1993, publicó que la disminución de la meningitis por Hib se vio en niños menores de un año cuando ninguna vacuna estaba siquiera autorizada para ese grupo de edad.

Las recientes epidemias de meningitis en estudiantes universitarios de EE.UU. están claramente ligadas a la vacunación obligatoria contra sarampión, paperas y rubéola como condición de ingreso. La tos convulsiva incrementó tres veces después de 1978, cuando los Estados de dicho país comenzaron a exigir la vacunación.

La medicina ha negado los efectos adversos de las vacunas

La medicina desarrolló un tipo de razonamiento absurdo aduciendo que nunca se ha demostrado la relación causal entre la vacunación y las reacciones observadas, sin definir exactamente lo que considerarían evidencia de la relación causal, mientras que publican datos sin procesar que indican claramente la conexión causal entre vacunación y el aumento documentado en la incidencia de las enfermedades.

Cuando se ensayaba la vacuna contra la tos convulsiva acelular en Suecia, los bebés desarrollaron una enorme epidemia de tos convulsiva. Prácticamente todos los niños suecos menores a 1 año de vida participaron del ensayo. Se esperaban 20 muertes y se observaron 45. Para encubrirlas afirmaron que ninguna muerte tenía relación con la vacunación.

Se ha publicado que en comunidades Amish, muy poco vacunadas, no se habían denunciado casos de sarampión entre 1970 y 1987. Desde entonces, tanto comunidades Amish no vacunadas como comunidades externas muy vacunadas comenzaron a experimentar importantes epidemias de sarampión. Obviamente, la vacunación era totalmente irrelevante. Las epidemias de sarampión y tos convulsiva en EE.UU. se dan principalmente en poblaciones totalmente vacunadas.

Los vacunadores recurrieron a tergiversaciones y mentiras atroces. La peor es la del ‘síndrome del bebé golpeado’. Todos los desprendimientos y hemorragias de retina, considerados pruebas contundentes de trauma externo, pueden ser ocasionados por las vacunas, como lo demuestran trabajos publicados en The Lancet.

No necesitamos absolutamente ninguna vacuna

He llegado a la inevitable conclusión de que no necesitamos absolutamente ninguna vacuna. Existe una única inmunidad, la natural, que se logra a través de las enfermedades infecciosas contraídas en la niñez. Si niños mueren a causa de estas enfermedades hoy en día, es por negligencia médica.

Uno de cada 500 niños desarrolla leucemia y cáncer por la vacunación, siendo que las enfermedades infecciosas son beneficiosas para los niños porque hacen madurar su sistema inmunológico.

La introducción de agentes patógenos y tóxicos no garantiza la inmunidad. La investigación inmunológica ha demostrado desde principios de este siglo que las vacunas no inmunizan: sensibilizan, haciendo que los receptores sean más susceptibles a las enfermedades que supuestamente las vacunas deberían prevenir, convirtiéndolos en huéspedes de infecciones bacterianas y virales.

Traducido por Andrea Santander

Fuente:

www.eaglefoundation.org/

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